viernes, 9 de enero de 2009

El agua caliente, ese ente huidizo

Heme aquí de vuelta a estas inhóspitas tierras. Tras mi receso navideño, vuelvo de nuevo a surcar estas vastas tierras dejadas de la mano Dios.

La ciudad me recibió con la primera gran nevada del año y unas temperaturas en torno a los -5º. Así luce mejor la urbe. La nieve hace las veces de alfombra para toda la ciudad, todas las pelusas están debajo. Sorprendentemente, los perros sobreviven.

En la Declaración de los Derechos Humanos debería estar recogido el derecho a darse una ducha con agua caliente tras un largo viaje. Desafortunadamente, no aparece, y aunque apareciese, visto lo visto, daría igual. Resumiendo, no había agua caliente. Así que tenía pocas opciones, decidí esperar a ver si venía la dichosa agua calentita. Algunos pensarán " ¡Ah! Eso es por la guerra del gas". No. Eso viene pasando desde que Rumania es Rumania. Pocos han sido los días en los que no ha faltado el agua caliente en ningún momento, y muchos, los que tuvieron un desarrollo diametralmente opuesto. Ya me había duchado bastantes veces
antes de volver con agua fría a 2 grados. Pero ¿A -5?, me negaba por imperativo materno-sanitario. "Entonces... ¿A esa temperatura no salen cubitos del grifo?". Tampoco. Sale fresquita fresquita, pero no dura. Supongo que la calentarán lo suficiente para conseguir que las tuberías no revienten.

Las horas pasaron, y tanto el agua caliente como la calefacción decidieron no hacer acto de presencia. Eterna espera para alguien acostumbrado a darse, como mínimo, una ducha diaria. Llegados a este punto decidí que era el momento de calentar agua en una olla y hacerme intimo de la señora palangana. Ya no hay secretos entre nosotros. La experiencia fue semitercermundista, pero reconfortante.

Llegamos al día de hoy, día en que fue tomada la instantánea que acompaña al post. Todo el día esperando a que el agua tuviese una temperatura decente. Nada. Hasta que, como por arte de magia, a las 21.00 hora local, sale agüita caliente del grifo. Servidor que no cabía en sí de gozo y alegría sale disparado hacia el cuarto de baño deseando disfrutar de una de las pocas duchas primermundistas que el destino le aguarda. Una vez metido en faena, ya mojado por completo, me fijo en el agua que está tragando el desagüe. Tiene un ligero tono marrón. Cómo me gusta este país. No era la primera vez que veía salir el agua así por la ducha, pero sí la primera conmigo dentro. Al menos no olía. Quiero creer que eran los fondos del depósito, ya que el agua dejó de estar caliente enseguida. Uno no sabe qué es peor, si el remedio o la enfermedad.

¿Quién me iba a decir a mí que iba a coger color en un sitio tan nublado? Señora palangana, algo me dice que este es el comienzo de una gran amistad.